martes, 19 de enero de 2010

Sorpresa


Se sentía incómoda con su presencia y no sabía por qué. Sin embargo, el lugar donde se hallaba era muy agradable, con grandes ventanales desde donde podía observar los árboles inundados de copos de nieve, los carámbanos colgando de los antiguos techos de los edificios, casi seguro del siglo XIX, con sus fachadas restauradas y adornadas para diciembre, la pequeña plazoleta con la fuente de agua congelada y las calles empedradas que la circundaban. Desde el interior de aquel lugar era un placer para la vista observar el exterior, un privilegio. Estuvo largo rato contemplando ese paisaje a través de las cristaleras del bar y logró olvidarse de la incomodidad que le producía la presencia de un sujeto sentado tres mesas más allá de donde ella se encontraba tomando un café largo y amargo.


De pronto se trasladó a otro momento de su vida. La guagua ronroneaba, igual que un gato cariñoso se prepara para enroscarse al lado del fuego, en esa hora de la tarde en la que conducir cualquier artilugio de pasajeros es doblemente pesada. De vez en cuando, al conductor se le cerraban los párpados y los abría de un golpe estirando al mismo tiempo su cuerpo, para luego sucumbir nuevamente al sopor y la pesadez del momento.


Sus compañeras de viaje en ese trayecto, desde el pueblo hasta la ciudad más cercana, ni se habían dado cuenta del sopor que envolvía al conductor. La mayoría eran chicas muy jóvenes, llenas de vitalidad y, según se mire, de la malcriadez propia de la adolescencia: gritos, risas exacerbadas, el ulular mismo de la candidez. Ella le podía ver perfectamente a través del gran espejo retrovisor , le observaba a él y su letargo de las tres de la tarde. Era uno de los conductores más antiguos de la empresa. Hombre de campo que, por un golpe de suerte, logró pertenecer a la plantilla de conductores de Transportes La Estupenda, pasando de sobrevivir a seguir sobreviviendo un poquito mejor.


El viejo artilugio disminuyó el ronroneo y se detuvo en la parada cercana a la pista del aeropuerto. Fue entonces cuando ella dejó de preocuparse por el sopor del conductor y las posibles consecuencias. De repente se le ocurrió la idea. Abrió el bolso y sacó un papel que apoyó en la carpeta y ésta sobre las rodillas. Empezó a notar cómo se le entrecortaba la respiración sólo con pensar que lo estaba haciendo.


Había entrado en la guagua dos paradas antes de llegar al final del trayecto. Alto, erguido, con la mirada limpia de un verde uva y dirigida hacia el frente. Todo él bajo un uniforme blanco, perteneciente a la Armada, a la escala más baja de la Armada. -Marinerito en traje de paseo, - pensó ella en cuanto le vio subir y sentarse justo en el único sitio libre que quedaba, delante del suyo. Así que lo sintió como una punzada, como un rayo que desde la mente dirigía sus manos que abrieron el bolso, sacaron un papel y lo apoyaron en la carpeta y ésta sobre las rodillas y escribieron: “Estoy buscando barco” al lado de un garabato. Siguieron hurgando en el bolso y encontraron la cinta adhesiva. Mientras las manos trabajaban, su corazón palpitaba cada vez más fuerte. Estaban llegando al final del trayecto en la avenida de los Sauces. La guagua desaceleraba, la gente se incorporaba de los asientos y, todavía en marcha, dirigían sus pasos hacia la puerta. Él esperó a que parase, se levantó rápidamente y bajó los tres escalones que le dejaron en la calle. Tenía prisa, puesto que no se dirigió hasta el paso de peatones para llegar al otro lado de la calzada, en un momento del día en que el tráfico era bastante denso. Cruzó presto la avenida, esquivando algunos coches, mientras ella, caminando lentamente, contemplaba con nocivo deleite su espalda erguida, la cabeza alta y un papel pegado en aquella chaqueta blanca del uniforme balanceándose a cada paso que daba.


Un grupo de tres jóvenes charlatanes la sacaron del ensimismamiento, al sentarse en una mesa cercana. Terminó el café e hizo un gesto al camarero para pedir otro. Mientras esperaba, volvió a rondar por su cabeza aquel suceso de la adolescencia, el autobús, el marinero, sus manos... ¡Había pasado tanto tiempo!


Saboreando el café largo y amargo pero, esta vez, muy caliente y todavía con la sonrisa en los labios por el recuerdo, vio como tres mesas más allá el sujeto hacía señas al camarero, dejaba sobre el mantel un billete y una especie de sobre. Se levantó, habló un momento con el joven que le extendía el ticket de la cuenta, y tras echar un vistazo al lugar, salió sin mirar atrás. El camarero recogió la mesa, se dirigió a la barra y volvió hasta el lugar donde se encontraba ella. Sobre una bandeja pequeña había un sobre blanco, las manos del muchacho la depositaron en la mesa y muy amablemente comunicó que el señor almirante le enviaba una nota. Sorprendida miró, durante unos instantes, la bandeja con un sobre pequeño y blanco. Al levantar la vista, el camarero ya se había retirado. Con la incógnita en los ojos se dispuso a abrir el sobre del que extrajo un papel escrito a mano que decía: ¡Encontré el barco!







7 comentarios:

  1. ¡Sólo en este blog podríamos encontrarnos con Transportes La Estupenda! es un nombre fantástico, que me recuerda en algo a García Márquez.
    Imagínense una guagua así, renqueando por la carretera de La Esperanza...

    Me gusta.

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  2. Espero que todos los participantes de los encuentros del club de lectura se animen a enviarnos sus textos... Siempre hay algo que contar "a la vuelta de la esquina".

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  3. Estupendo texto para iniciar esta sección. Se pone alto el tablón. Anímense a escribir y a compartir ideas, pensamientos, poesías, relatos ...

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  4. No sé este relato de Transportes La Estupenda me es tremendamente familiar,parece que estoy 30 años atrás subida en la guagua con una chica del mismo carácter de la chica del relato. Muy conseguido, fántastico....

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  5. En la próxima reunión comentaremos los textos. En Sorpresa creo que sobran algunos "sobre" jejeje

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  6. Me encanta, es una historia sensacional. Hay que ver, !qué sorpresas da la vida!.

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